John Wayne y Howard Hawks hacen un clásico del Western (Roger Ebert)

Este texto fue escrito por Roger Ebert en el año 2009, como parte de la sección «Grandes Películas» en su reconocido blog. La publicación original puede encontrarse acá.

 

Howard Hawks no dirigió una película por cuatro años tras el fracaso de “Tierra de faraones” en 1955. Pensó que capaz él lo había perdido. Cuando volvió al trabajo en “Río Bravo” en 1958, tenía 62 años, estaría trabajando en su película n° 41 y estaba tan nervioso en su primer día de rodaje que se paró detrás de un set y vomitó. Luego salió de ahí y dirigió una obra maestra.

Mirar “Río Bravo” es mirar a un maestro artesano trabajando. La película es impecable. No hay una toma que esté mal. Es poco comúnmente absorbente, y la duración de 141 minutos fluye como agua corriente. Contiene una de las mejores interpretaciones de John Wayne. Tiene una sorpresivamente cálida química romántica entre Wayne y Angie Dickinson. Dean Martin es conmovedor. Ricky Nelson, entonces un rival de Elvis y con un copete del cuál se hubiesen reído en el Viejo Oeste, improbablemente funciona en el rol de un muchacho pistolero. El viejo Walter Brennan, como el comisario pata de palo, provee un apoyo cómico que nunca se sobrepasa.

Wayne y los otros hombres y la dama apostadora habitan un pueblo que es populoso e incluso atestado, pero ni un solo ciudadano, excepto una temprana víctima, un amigable dueño de hotel y su esposa y por supuesto el villano, nunca les dicen ni una palabra. Las sombras están llenas de asesinos a sueldo con piezas de oro en sus bolsillos — “el precio de una vida humana”. Lo que compra a Wayne y sus lugartenientes una suspensión de la ejecución es el prisionero que precariamente mantienen como rehén. En una película con enfrentamientos llenos de suspenso y peligro acechante, incluso una escena donde Wayne y Martin recorren Main Street tras el anochecer es aterradora. 

La situación de la historia fue diseñada por Jules Furthman y Light Brackett, dos veteranos que escribieron la gran película de Hawks “El gran sueño” (1946). Se centra en cuatro hombres escondidos dentro de una oficina de sheriff: un abogado experimentado, un borracho, una focha vieja y un muchacho. Esta fórmula probaría ser tan resiliente que Hawks la reharía en “El Dorado” (1966), John Carpenter la reharía en “Asalto al precinto 13” (1976) y directores desde Scorsese a Tarantino a Stone lo referenciarían directamente. Es un Western con todo el artificio del género, pero los personajes y sus relaciones llevan adelante una curiosa realidad; en este sistema cerrado, sus relaciones tienen una plausibilidad psicológica. 

Wayne, como el Sheriff John T. Chance, interpreta lo que él mismo llama “el rol John Wayne”. Incluso viste el mismo sombrero, ahora baqueteado y desgarrado, que había usado en Westerns desde “La diligencia” (1939) de John Ford. Sin embargo aquí recurre al rol y a su propia historia para traer un matiz y profundidad al personaje. El gruñón y viejo Ford, mirando “Río rojo” de Hawks, dijo “Nunca supe que el gran hijo de perra podía actuar”. 

Wayne es efectivo por sobre todo cuando simplemente se para y observa a la gente. “Yo no actúo, reacciono”, le gustaba decir, y acá vemos a qué se refiere. Su Chance no siente necesario imponerse a sí mismo, aparte del formidable hecho de su presencia. Nunca habla dulcemente a Feathers (Dickinson), de hecho tiende a ser brusco con ella, pero sus ojos y lenguaje corporal hablan por él. Hay un momento en el que se enoja porque ella no se fue del pueblo, sube escaleras arriba hasta su habitación de hotel, irrumpe por la puerta y entonces — en el plano inverso — la ve a ella y transforma todo su comportamiento. ¿Puede decirse que un hombre “se suaviza” simplemente por la manera en que se contiene a sí mismo? Con el más sutil de los movimientos del cuerpo, él se despliega en el más tenue principio de una reverencia cortés. No lo ves. Lo sentís.

Dickinson tenía 27, se veía más joven, cuando hizo la película — su primer rol significante en un largo tras papeles extra y TV. Wayne tenía 51. No importa. Encajan juntos. Se gustan el uno al otro. Hacen esto palpable sin lanzarse el uno hacia el otro. Si vas al capítulo 21 del DVD, verás una escena romántica tan dulce e inesperada, que quizás te haga contener tu respiración. Dickinson absolutamente sostiene la pantalla contra el gran hombre. Su porte y profunda, rica voz proyectan una sensación de quién es ella — no una mujerzuela de salón pero una competente jugadora profesional acostumbrada a combatir con hombres.

Ella era el tipo de mujer que le gustaba a Hawks, y al que regresó una y otra vez: Lauren Bacall, Katharine Hepburn, Carole Lombard, Jean Arthur, Rosalind Rusell, incluso la futura ejecutiva de estudio Sherry Lansing. Él amaba usar otra vez lo que le había servido antes; cuando Dickinson le pide a Wayne que la bese una segunda vez, porque “es aún mejor cuando dos personas lo hacen”, hay un eco de Bacall en “Tener y no tener”, diciéndole a Bogart, “Es aún mejor cuando ayudas.” Peter Bogdanovich nota esto en un suplemento en el DVD y elogia la larga secuencia de apertura en “Río Bravo”, que se prolonga, dice él, cinco minutos sin diálogo. Y no es sorpresa: Hawks usa el negocio de una moneda tirada dentro de una escupidera en la película muda “La ley del hampa” (1927), para la cuál escribió el escenario. ¿Y de dónde habrá encontrado Hawks inspiración para la escena en que Wayne levanta a Dickinson en sus brazos y la carga escaleras arriba?

Mucha de la fuerza del personaje de Chance viene de la forma en que él se mantiene a sí mismo en reserva, sin sentir la necesidad de comentar todo. Su delicada relación con el alcohólico personaje de Dean Martin, Dude, involucra un mínimo de lecturas y mucho de simplemente esperar a ver qué va a hacer Dude.  Cuando Dude y el viejo Stumpy (Brennan) se meten en una fuerte discusión, Hawks mantiene a Chance en el centro del fondo, observando, no interfiriendo. Chance es siempre la muda fuente de autoridad, la audiencia que otros esperan impresionar.

La banda sonora compuesta por Dimitri Tiomkin evoca un espíritu fronterizo cuando lo quiere pero también ayuda a profundizar la película, que raramente para un Western, marca el pasaje de los días con atardeceres y amaneceres, y hace que las calles del pueblo luzcan solitarias y expuestas. Hay también una introducción de un tema conocido para los mexicanos como “Deguello”, que el villano Burdette (John Russell) ordena a la banda tocar. Chance lo lee como un mensaje: “Sin cuartel”. La canción embruja la película. 

Hay otro uso de música que algunos cuestionarán. En una calma en la acción, los hombres se relajan dentro de la barricada de la oficina del sheriff, y Martin, descansando sobre su espalda con su sombrero escudando sus ojos, empieza a cantar sobre la soledad de un vaquero. Nelson recoge su guitarra y lo acompaña. Luego Ricky canta una canción propia de ritmo animado, con Martin e incluso Brennen en armonía. ¿Esta escena se siente transportada en el aire? Quizá, pero yo no lo haría sin ella. Martin y Nelson eran dos de los más populares cantantes de la época, y el interludio funciona bien como una afectiva repetición para los hombres antes del enfrentamiento final. Innecesario decir que el Sheriff Chance no canta a la par.

El valiente sheriff toma una postura en contra de los forajidos que amenazan al pueblo. Es una familiar situación Western, que quizás te recuerde a “A la hora señalada” (1952). En 1972, entrevisté a Wayne en el set de su “La soga de la horca” en Durango, México. “A la hora señalada” surgió, como lo hará siempre que los Westerns sean discutidos.

“Qué pedazo de vos-sabes-qué fue eso”, me dijo. “Creo que fue popular por la música. Piénsalo de esta forma. Aquí hay un pueblo lleno de personas que han montado en vagones cubiertos todo el camino a través de las llanuras, luchando contra los indios y la sequía y animales salvajes en orden de poder asentarse y armarse una granja. Y luego cuando tres nada buenos, malos muchachos entran al pueblo y el mariscal pide por un poco de ayuda, todos en el pueblo se ponen tímidos. Si yo hubiese sido el mariscal, hubiese estado tan jodidamente disgustado con esos hijos de perra hígado de gallina que solo hubiese tomado a mi esposa y ensillado y montado fuera de allí”.

También en mi Colección de Grandes Películas: “El gran sueño” (1946) y “Río rojo” de Howard Hawks.

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