La décima edición del festival ha regresado, y con ella, la promesa —o amenaza— de nuevas tendencias audiovisuales, algunas prometedoras, otras decididamente preocupantes.
Un viernes más nos encontró en la inauguración de una nueva edición del festival. Las filas para acceder a las salas y presenciar la película de apertura comenzaron a formarse con una hora y media de antelación. Cierto caos y desorganización no tardaron en aparecer, impacientando a los espectadores más veteranos.
No recuerdo una apertura que haya convocado a tanta gente como lo hizo la película «Tamales». Esto resulta particularmente llamativo si consideramos que en ediciones anteriores la difusión a lo largo y ancho de la ciudad —con carteles, banderines y demás elementos promocionales— fue considerablemente mayor, parafernalia que hoy brilla por su ausencia.
El éxito de llenar las tres salas del cine Annuar parece atribuirse principalmente a la difusión en línea, la participación de creadores de contenido locales involucrados en la película y el uso de estrategias transmedia. Este fenómeno suscita interrogantes: ¿Cuánto ha cambiado el enfoque del festival en esta edición? ¿Se prioriza ahora el glamour u otros estandartes por encima de la propuesta cinematográfica?
En la edición pasada, por ejemplo, la película de apertura fue el documental «Lipan», un retrato concebido como homenaje en vida al gran cantautor jujeño. Si bien la película carecía de grandes pretensiones artísticas en su factura, demostraba un entendimiento y uso solvente de los elementos cinematográficos.
Con «Tamales», el panorama es muy distinto. Se trata de una ficción producida en tan solo seis meses —un hito destacado repetidamente por su equipo—, una comedia negra articulada en torno a un drama familiar, que resalta por contar con un elenco íntegramente jujeño y un equipo técnico que, cuya mitad, es local.
Contra mis pronósticos personales, logramos acceder a la sala quince minutos antes del inicio de la función. Al iluminarse la pantalla con las placas del festival, se proyectó una imagen breve y austera del INCAA, tímida en contraste con las demás, más rimbombantes. Notablemente ausente estuvo la placa de la ENERC sede NOA, cuya presencia había sido constante casi desde los inicios del festival. Y entonces, el horror: la película arrancó con unos títulos explicando el término “WATUSI”, una autodenominación de la productora que parece reducir sus propias creaciones a mero «contenido».
Así, «Tamales» pareció perder su valor intrínseco como filme incluso antes de mostrar su primer plano. Lo que siguió fueron momentos supuestamente graciosos, empañados por encuadres cuestionables y un montaje frenético —llegué a contar hasta 40 planos en un minuto—, más propio de las redes sociales que del lenguaje cinematográfico. Si bien algunas actuaciones resultan correctas, la grata sorpresa fue el debut de la actriz Rosa: su carisma interpretando a la abuela de la familia es, quizás, lo que sostiene la película.
El acto inaugural oficial tuvo lugar en la Sala 1, con la habitual presencia de autoridades provinciales, el equipo de la película, familiares y allegados al festival. Este año se sumó la participación del reconocido actor Guillermo Francella, quien llega para un nuevo encuentro de “Diálogos de Altura”.
Lamentablemente, un año más brilló por su ausencia cualquier mención a la crítica situación cultural del país. Esta omisión sugiere una desconexión preocupante tanto por parte de la dirección del festival como de los realizadores de «Tamales».
Es cierto que en 2024 el festival ha dado espacio destacado a producciones locales; ejemplo de ello es la selección del documental “Zapla y los hijos del óxido”, una exploración del director Hernán Paganini donde se yuxtaponen los sentimientos personales y la pertenencia comunitaria, que resultó ganadora en su categoría. Sin embargo, esta edición también presenta en su competencia oficial películas argentinas cuyo lanzamiento data de hace más de dos años, y que en algunos casos particulares llevan más de año y medio disponibles en streaming. Claro que, ante la actual parálisis productiva del INCAA, estas elecciones podrían encontrar alguna justificación, aunque no dejen de ser sintomáticas.
La esperanza reside en que lo mejor del festival está aún por descubrirse en los próximos días.