Crónicas desde el Festival de las Alturas
Desde su concepción, el Festival Internacional de Cine de las Alturas se propuso promover el cine andino en la región. Si bien en sus primeras ediciones esta vocación era palpable, actualmente parece haber pasado a un segundo plano —al menos en lo que respecta a su promoción en redes sociales—. Movido por esta inquietud, decidí comenzar mi sábado cinematográfico con Yana-Wara, una producción peruana íntegramente hablada en quechua.
Sábado 17
Yana-Wara no es una película que pase desapercibida en ningún aspecto: ostenta una maravillosa fotografía en blanco y negro en formato 4:3 y aborda temas difíciles que reflejan la cruda realidad de las comunidades indígenas. Sin embargo, la acumulación de sucesos y su tratamiento resultan cuestionables; se torna difícil justificar la crudeza con la que se expone el maltrato hacia la pequeña protagonista, así como el uso de planos que parecen disfrutar su existencia en lo más escabroso de ciertas situaciones.
A continuación, en la misma sala, se proyectó Malqueridas, documental chileno de Tana Gilbert. La obra retrata la vida de madres chilenas recluidas en prisión, con la potente particularidad de que accedemos a sus vidas a través de sus propios registros, capturados clandestinamente con teléfonos celulares. Hasta el momento, se alza como la gran película del festival. Un trabajo de realización fundamental, que da voz y pantalla a historias que merecen y necesitan ser contadas y exhibidas en el cine.
Luego fue el turno de La sombra del catire, coproducción entre México y Venezuela. Esta ficción nos sumerge en un paraje desértico donde el protagonista busca agua para iniciar una granja de gallinas. “Catire” es el apodo que lo persigue desde su pasado, y una serie de encontronazos le recordarán que la paz aún le es esquiva. El filme también explora las relaciones familiares marcadas por el abandono, la tragedia y la desesperanza. No obstante, La sombra del catire no logra sostener su tensión hasta el final, resultando desigual en su desarrollo y generando una desconexión entre los temas que pretende abordar y lo que el espectador finalmente logra asimilar.
El sábado concluyó con otra grata e inesperada sorpresa: Este fue nuestro castigo, documental peruano centrado en la comunidad de Hualla y el brutal “castigo” que sufrió a manos del ejército peruano durante la guerra contra Sendero Luminoso. El filme posee una vocación pedagógica, cualidad que, lejos de resultar tediosa, se agradece al abordar temas tan específicos y dolorosos. A pesar de recurrir a ciertos clichés formales, presenta imágenes de archivo de un valor que trasciende cualquier análisis puramente cinematográfico. El descubrimiento de estas secuencias no solo constituye un hito para el cine, sino que reviste una importancia histórica que excede al propio documental.

Domingo 18
El día transcurrió inicialmente sin sobresaltos. La primera proyección fue Maracaibo Mía, documental venezolano que sorprendió por la crudeza de sus medios y su potente sentido político. Y no empleo «crudeza» en sentido peyorativo: la película está filmada con un celular, casi a escondidas —bajo poncho—, y aborda con valentía temas sociales, políticos y económicos de difícil tratamiento en el contexto venezolano actual. Con un enfoque didáctico y sin grandilocuencia, cumple su objetivo de ofrecer una ventana a la realidad de Maracaibo.
Continuamos con Las Almas, documental salteño por el cual su directora fue galardonada con el premio a Mejor Dirección en el Festival de Mar del Plata en 2023. Según palabras de la propia realizadora, la obra se articula como un diálogo entre ella y Estela, la mujer observada. La película se presenta, o al menos aspira a ser, un extenso poema visual, nutrido por la narración de su protagonista. Voz e imágenes se entrelazan, aunque el peso del relato oral a menudo se impone sobre la contemplación de la inmensidad de la puna desértica.
La jornada dominical concluyó con La llegada del hijo, una coproducción entre Argentina y España. Resultó un filme desangelado, quizás eclipsado por la contundencia y urgencia de otras historias presentadas a lo largo del festival. Transitó por la competencia sin pena ni gloria, y es probable que su recuerdo se disipe rápidamente.