Gints Zilbalodis retoma —y redefine con notable éxito— una década más tarde el concepto que desarrolló en Aqua, cortometraje realizado de manera amateur en su adolescencia. Una propuesta que, sin mayores pretensiones, ejecuta un concepto simple con una habilidad elegante. Con cierta ternura, sin caer en lo cursi o en infantilidades, aporta frescura al panorama actual de la animación, atravesada últimamente por despliegues de excesiva grandilocuencia. Así, logra proclamarse como la tercera película animada que consigue sacudirse de encima los prejuicios que trae consigo la técnica y entra de cabeza entre las nominadas a la categoría de Mejor Película Internacional en los OSCARS 2025.
Flow presenta un escenario ambiguo, deshumanizado. ¿Se trata de un pasado de proezas arquitectónicas de civilizaciones antiguas o de un futuro con aires distópicos, postapocalípticos?. Su particular anacronismo, sus indicios difusos, convierten en difícil tarea ubicar sus espacios en una era y cultura específicas. Envuelven en cierto misterio el mundo del film, creando un universo propio que se siente a la vez familiar y desconocido hasta el final.
El protagonismo recae en la figura de un gato, asustadizo e inexperto ante los hechos, que encontrará a sus co-protagonistas en un variopinto grupo de animales. Su antagonista avanza constante, imparable: el agua. La Tierra se inunda, se ahoga en un joven y abundante mar, sin ofrecerse ningún tipo de explicación (al fin y al cabo innecesaria para el planteo narrativo que va a elegir este filme). En su propia arca, sin ningún Noé, los animales se aventuran en un mundo nuevo, un viaje forzado y sin destino, mera supervivencia. El relato los une en la convivencia, contrastando los distintos comportamientos de cada especie. Alejándose de las propuestas al estilo Disney, de animales antropomórficos, de voces y costumbres humanas, en Flow no existe ni una sola línea de diálogo y sus personajes, sin bautizar, han sido caracterizados con una animación fiel a las maneras de andar y reaccionar de los animales representados. Todo movimiento se subordina a la imitación de la vida, sin dejar afuera toques fantasiosos que enriquezcan lo visual en determinados momentos.
Flow puede parecer un ejercicio técnico con más ínfulas estéticas que narrativas, pero no por ello con menos alma. Con un estilo visual muy orgánico, presenta variadas virtudes. Una cámara dinámica, de movimientos libres, que parece ubicarnos en los ojos de alguna otra criatura. El diseño de personajes, escueto pero funcional, con una búsqueda apegada al realismo. Exceptuando a aquel híbrido entre cetáceo y Leviatán, criatura perteneciente a este nuevo mundo, figura cuasi mitológica en la que se concentra el miedo a lo desconocido del pequeño protagonista. A su vez, una creación de escenarios —sugerente, único indicador de impronta humana en este universo— propicia para tomas panorámicas compuestas e iluminadas con mucha belleza. Podría percibirse como un universo silencioso, a falta de diálogos. Pero la película florece en el sonido de sus ambientes y su música. La banda sonora ayuda a evocar su fauna y guiar la respuesta emocional en el espectador, con un diseño sonoro detallado que completa la película con un tono melancólico y esperanzado, a veces místico, eco de un pulso cósmico.
De presupuesto acotado, realizada íntegramente en un software de código abierto, Flow prueba que un cine de animación de calidad, de innovación narrativa para el género, puede ser posible si hay ímpetu creador detrás, que aproveche con inteligencia y gusto las herramientas a mano.
Viaje inmersivo y sensorial, la cinta puede recordar a la sensación que produce un videojuego. Y pese a su estructura descontracturada, débil pero no ineficaz, ofrece la concentración propia de un cortometraje, ejecutando con mucha claridad sus temas, sin ramificaciones. Vuelve a la idea de cine como una invitación a la contemplación. Desacelera al espectador, más habituado a un género de fácil consumo, con secuencias rápidas e intensas, explosiones de imágenes y sonidos. Lo regresa a una experiencia audiovisual que, aunque accesible, no le ofrece en bandeja todas sus intenciones, y que lo insta a dejarse envolver por su atmósfera y sus ritmos, con calma, paciencia. Nuevamente un observador involucrado, que respira al mismo compás que la pieza.
Así, Flow consigue expresar la aflicción de sus personajes sin palabras, gestando en el espectador cierta tensión ante los acontecimientos que deben sobrellevar. La historia no se vive como una épica humana, con exaltaciones de valores o moral, pese a que los animales están atravesados por cierta emocionalidad que pueda resultar más propia de los hombres que de las bestias. Hay una idea de enormidad, de algo solemne que existe más allá de la humanidad, que se recrea en la naturaleza y los albores del mundo. Una capa de incertidumbre reviste la película de principio a fin: aunque no se dé lugar a la confusión, el espectador tiene más preguntas que respuestas para dar, en su papel de mero observador, incapaz de prever una conclusión a todo esto.
Hay en Flow una idea de final abierto, de historia cíclica. No existe resolución, sólo un pausa antes de que los acontecimientos se repitan. Esto resulta en una invitación al espectador para una libre interpretación, haciéndolo partícipe de la aventura vivida en la pantalla. Otra historia más sobre la cooperación y la armonía, solo que esta vez no suponen la solución a un conflicto más grande, tan físico e inabarcable como lo son las inundaciones en Flow. Pero aún así se destaca el poder de la confianza en los otros, que habilita la adaptación y hace soportables las circunstancias, en un mensaje mucho más realista sobre cómo se vive muchas veces la adversidad.