Aún estoy aquí

Walter Salles vuelve al cine de ficción después de más de diez años con Aún estoy aquí, un proyecto que no solo es una historia profunda, sino también la reconstrucción de una tragedia familiar durante la dictadura militar en Brasil.

La película gira en torno a Eunice Paiva (Fernanda Torres), quien debe sostener a sus cinco hijos tras la desaparición de su esposo Rubens, detenido por el gobierno. Salles recurre a una puesta en escena casi clásica, sin grandilocuencias ni subrayados ideológicos, pero con una postura firme sobre la memoria, la verdad y la justicia.

Desde los primeros momentos, el film transmite una sensación de realidad precaria. La familia Paiva vive con relativa calma en Río de Janeiro hasta que la violencia estatal irrumpe en sus vidas. Como en Argentina, 1985 (Santiago Mitre, 2022), el contexto no es un lastre didáctico, sino el marco para narrar desde los lazos familiares. La calidez de la historia hace que el conflicto golpee con más fuerza. De hecho, es la actuación de Torres la que equilibra todo: Eunice es fuerte sin ser heroica, resistente sin perder su humanidad.

La película se divide en tres tiempos: el Brasil de los años 70, un salto a los 90 y, finalmente, 2014. En cada intersticio, se revela lo que el país hizo o dejó de hacer con la memoria de lo sucedido, siempre en contraste con la persistencia del dolor de las víctimas y la impunidad de sus agresores. Aún estoy aquí es un testimonio que, sin ser solemne, posee una fuerza contenida, funcionando tanto como un acto de memoria como una prueba de que el pasado sigue muy presente.

La puesta en escena evoca la sensación sin caer en el sensacionalismo. La estética de Super-8, a modo de falsos videos caseros de la vida de Eunice antes (y después) de la desaparición, solo acentúa la distancia entre lo que fue y lo que nunca volverá a ser. Esta elección, junto con la iluminación dura de Walter Carvalho —donde los rostros están a medio iluminar, a medio oscurecer, sugiriendo el purgatorio de Eunice y sus hijos en medio de la incertidumbre— le otorgan a la película una intimidad que la hace sentirse como algo que ocurre ante nuestros ojos, en lugar de una reconstrucción fría y distante.

Salles adopta un enfoque profundamente humanista, donde la resistencia no es política, sino cotidiana. Eunice es una mujer feroz, que nunca se deja consumir por el resentimiento ante lo que no puede cambiar, manteniendo su dulzura incluso en los momentos más tristes. Aun en medio del dolor, hay espacio para la felicidad: la familia Paiva sigue aferrándose a la vida después de la muerte, tarareando canciones, contando chistes, recibiendo a Eunice con fuerza en lugar de con rencor hacia las autoridades que les fallaron en su camino para reconstruirse.

Salles marca su regreso al cine latinoamericano con este filme. Tomó un respiro, tal vez una pausa necesaria a nivel personal, pero su mensaje es claro, que todos sepan que aún está aquí.

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