Apuntes sobre La Pendiente del Tiempo

La proyección de La Pendiente del Tiempo este sábado 16 de agosto —en el marco de la Feria del Libro y gracias a la recuperación del Archivo Fotográfico y Audiovisual de Jujuy— es una ocasión propicia para volver sobre el filme. Los siguientes apuntes buscan ser una aproximación a la obra, tanto para la memoria de sus espectadores pasados como para la mirada de los nuevos.

Toda película es un documento del tiempo que transcurre frente a la cámara. En La pendiente del tiempo, esto es el motor central. Un auto, un Valiant 3 —con el techo desmembrado, por decisión de los realizadores—, atraviesa la quebrada de Humahuaca. No es solo un vehículo; es el dispositivo óptico que los cineastas Javier Santoro y Fernando Zago eligen para inscribir una ficción mínima sobre un paisaje monumental. El cine aquí no busca representar, sino estar; en el camino, en la duración de un viaje, en la tensión de un encuentro fortuito.

La quebrada puede funcionar como un fondo decorativo, una postal para el consumo turístico. Pero la cámara la registra en su indiferencia geológica. Es una materia anterior a cualquier drama humano. La ruta 9, esa línea de asfalto, es una división violenta sobre la tierra. El filme de Santoro y Zago se sitúa en esa fractura. El movimiento del Valiant 3 no es un paseo, es la constatación de una escala. La pequeñez de la anécdota humana frente a la permanencia de los cerros.

El auto es el centro dramático. Dentro, el hallazgo de un rosario. Un objeto que condensa una historia ausente e inaugura la que veremos. Es un signo que pertenece a otro, un detonante. La llegada del segundo hombre, el personaje armado, es la irrupción del azar, el conflicto que pone en marcha la narración. Pero el interés no reside en la psicología de los personajes. Reside en la coreografía de sus cuerpos dentro del espacio limitado del auto, en sus miradas, en la dinámica de sus gestos. El diálogo es escaso, funcional. El cine como desplazamiento puro.

El filme encuentra un lugar en el género road movie evoca de forma inevitable el espectro de Easy Rider (1969). Aunque la escala y el contexto son distintos —la odisea contracultural de Wyatt y Billy frente al incidente abstracto en la quebrada— ambas obras comparten un principio de puesta en escena: el vehículo como extensión del ser de los personajes y la ruta como el verdadero espacio narrativo. En el filme de Dennis Hopper, las motocicletas son emblemas de una libertad en conflicto con el sistema. En la obra de Santoro y Zago, el Valiant 3 es un móvil más ambiguo; no un símbolo de rebelión y más un escenario andante, un aparato cinematográfico que encuadra el paisaje y contiene el drama. Si Easy Rider usa el viaje para diagnosticar una nación, La pendiente del tiempo lo utiliza para explorar un problema puramente fílmico: la relación entre movimiento, espacio y duración. Su viaje no es ideológico, es formal.

La puesta en escena nace de la precariedad. El filme, rodado en 16 mm como tesis de graduación, asume sus limitaciones como un programa estético. La imposibilidad de repetir tomas obliga a una relación de dependencia con la luz natural. El uso de espejos para rebotar esa luz no es un truco, es una muestra de principios: hacer cine con lo que se tiene, con lo elemental. La anécdota del rodaje en la que el equipo empuja un tren para despejar un plano expone la voluntad de un grupo de cineastas que intervienen la realidad con sus cuerpos, con sus manos, para construir un plano.

Santoro y Zago no ocultan sus influencias; hay un eco del cine de Wim Wenders, de la fisicidad de la Nouvelle Vague. Pero su película no es un ejercicio de estilo. Es un acto. El registro de una experiencia donde el viaje de los personajes y la aventura del rodaje son una sola y misma cosa. La pendiente del tiempo es el testimonio de una forma de producción que es también una posición moral. Un cine hecho con la urgencia de quien filma porque no puede hacer otra cosa. Una pieza que entiende que su verdadero tema es el que enuncia su título: la materia del cine es el tiempo, su caída, su pendiente inevitable.

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Un comentario

  1. La nota es una pieza crítica profundamente sensible y cinematográficamente lúcida. Logra entretejer la descripción de la obra con una lectura estética, ética y técnica del cine como medio expresivo y, a la vez, como acto material de producción.
    Carga una sensibilidad cinematográfica que se alinea con el espíritu de la película que reseña. Esto lo convierte en un texto que también es un acto artístico, en sintonía con la obra que analiza. Se nota un conocimiento sólido del cine y una atención especial a cómo una película se construye visual y espacialmente.
    Es una crítica cinematográfica de gran altura, que dialoga con la película desde un lugar de profunda comprensión del cine como arte, técnica y forma de vida. Es una reflexión apasionada sobre lo que significa hacer cine en condiciones precarias, en geografías específicas, y con un compromiso total con el medio.
    Se trata de un texto que invita a ver con otros ojos, no como una simple ficción, sino como una experiencia cinematográfica en sí misma.

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