Un espectro merodea el capitalismo digital, y Kiyoshi Kurosawa le dio forma en Cloud. El filme se aleja de los fantasmas literales de su obra previa para invocar los espectros de la alienación contemporánea, la ética erosionada por el comercio electrónico y la facilidad con que el resentimiento se viraliza hasta encarnarse en violencia física. No es una película de terror en el sentido tradicional; su horror reside en el frío espejo que nos hace ver, uno que refleja una sociedad donde las interacciones humanas se mercantilizaron hasta su desintegración.
La premisa sigue a Ryosuke Yoshii, interpretado por un notable Masaki Suda. Yoshii es un revendedor en línea, una figura problemática dentro de la cultura nipona, que encuentra en la ambigüedad moral de su oficio un camino hacia la prosperidad; la libertad financiera. Kurosawa filma sus actividades no con juicio, sino con una distancia medida que genera una creciente inquietud. La cámara observa la acumulación de productos, la frialdad de las transacciones, la soledad del emprendedor digital. El espacio, un elemento siempre crucial en el cine de Kurosawa, se convierte en un almacén sin alma, un no-lugar donde la vida se reduce a la logística del beneficio.
Lo que comienza como un estudio de personaje se transforma, con una lógica interna, en un thriller de persecución. Las víctimas anónimas de las pequeñas estafas de Yoshii no se lamentan en la soledad; se organizan en los foros de internet, su ira colectiva se condensa hasta materializarse en una amenaza tangible. Aquí, la película articula su tesis: la red no es un simple vector de información, sino una incubadora de afectos que, privados de contacto y empatía, pueden devenir en una fuerza destructiva y anónima. La violencia que estalla no es espectacular; es torpe, caótica y, por ello, más perturbadora. Es la violencia de individuos comunes, radicalizados por la frustración y la facilidad de una desconexión con la realidad.
La puesta en escena de Kurosawa es de una precisión absoluta —algo a lo que nos tiene acostumbrados—. Construye una atmósfera de extrañeza a partir de lo cotidiano, donde cada encuadre parece contener una amenaza. La trama avanza con un ritmo deliberado, que puede parecer lento a quien busque el impacto fácil, pero que es esencial para tejer la red de consecuencias que finalmente atrapa al protagonista.
Cloud es puro y reflexivo. Funciona como un thriller absorbente y, a un nivel más profundo, como una fábula moral sobre la naturaleza incorpórea del mal en la era digital. Kurosawa no ofrece respuestas sencillas ni condenas morales. En cambio, desarrolla una pregunta fundamental ¿Qué impide que el descontento individual se transforme en una violencia colectiva?