Sobre un cine perdido: La pasión de Robert Desnos

Robert Desnos (1900-1945) fue más que un poeta; fue una de las voces más atrayentes y audaces del surrealismo parisino. Su vida, marcada por la experimentación con el lenguaje, la pasión por el amor y un compromiso inquebrantable que lo llevó a unirse a la Resistencia francesa y morir trágicamente en el campo de concentración de Theresienstadt, se encuentra en su corta obra vibrante y combativa.

Apasionado por el cine, no solo lo vio como un entretenimiento, sino como un portal hacia los sueños, un arma contra la burguesía y un catalizador para la revuelta. Los tres textos presentados, rescatados para “El mundo perdido», fueron publicados originalmente en el periódico Le Soir durante la primavera de 1927, y más tarde —1992— compilados en “Les rayons et les ombres: Cinéma”. En ellos, la prosa de Desnos arde con la misma intensidad que su poesía, ofreciéndonos una mirada única a la era dorada del cine mudo desde el corazón de la vanguardia.

AMOR Y CINE

El mayor encanto de París es poder amar allí con la máxima libertad. Las mujeres no solo son misteriosas por su mirada, sino también por esa coquetería carnal que es el principio mismo de la moda parisina. No soy de los que creen que el amor más puro es un amor de eunuco por un maniquí de hielo. Reconozco que esta alianza en el amor de lo espiritual y lo material es un enigma profundo planteado a la inquietud humana, pero esta unión mística nunca me ha parecido baja. Además, el deseo a veces, ¡ay!, se ve obligado a bastarse a sí mismo, pues si el amor es siempre libre, no por ello es menos dramático. Y es en el cine donde el deseo de amor está más cargado de patetismo y de poesía.

Mujeres hermosas de la pantalla, héroes perfectos, súcubos e íncubos modernos, presidís encuentros milagrosos. Bajo vuestra égida, al amparo de la oscuridad, las manos se estrechan y las bocas se unen, y esto es perfectamente moral. Estos amores de la sombra honran al siglo. En vano el pudor soez imperante atacará esta llama, el amor triunfará siempre. Los impotentes, los mismos que proscriben a Charlot¹, queman los libros de Sade² y albergan en su alma lujurias de lodo, han cargado el cine con las múltiples cadenas de una censura imbécil. No veremos pues mujeres desnudas surgir milagrosamente en la pantalla en un paisaje de maravilla, no veremos allí los múltiples y supremos gestos armoniosos del amor, pero el deseo de amor no sufrirá ningún menoscabo por ello.

Ten cuidado, censor, mira esta mano de mujer palpitar en primer plano, mira ese ojo tenebroso, mira esa boca sensual, tu hijo soñará con ellos esta noche y, gracias a ellos, escapará a la vida de esclavo a la que lo destinabas. Mira a este actor tierno, melancólico y audaz —¿qué digo? este actor: no, esta criatura real y dotada de vida autónoma—, más seguramente que en brazos de carne, arrebatará a tu hija esta noche en su abrazo de celuloide y el alma de tu hija será salvada. ¿Por qué entonces estas personas, las primeras en ir a ver en los music-halls la fiesta que ofrecen las girls con todo el lujo de su desnudez, tienen tanto miedo del universo cinematográfico? Su estupidez es lógica. Adivinan qué llave mágica de la imaginación se ofrece a los espectadores. Saben qué prolongaciones tendrá la intriga exterior en las almas honorables. No desconocen la todopoderosa virtud liberadora del sueño, de la poesía y de esa llama que vela en todo corazón lo suficientemente orgulloso como para no compararse con una pocilga. A pesar de sus tijeras, el amor triunfará. Porque el cine no es un instrumento de propaganda más que para las ideas elevadas. Bajo pretexto de «honestidad» y de «moral» (¿cuál?) se ha pretendido proscribir el amor de la pantalla: este permanece allí constantemente.

A la generación de cadáveres que pretende regirnos, le abandonamos las cenizas del aguilucho y las herramientas de los sepultureros. Que pretendan a su antojo instituir el imperio de los muertos sobre los vivos: nosotros, nosotros guardamos nuestra disponibilidad para el amor y la revuelta. No impedirán que el primero atormente nuestros corazones más de lo que impedirán que El acorazado Potemkin³ navegue a todo vapor sobre un mar en calma, bajo un cielo atravesado por el chasquido de las banderas amigas y la palabra «¡Hermanos!», a cuyo ruido se derrumban las murallas, mil veces gritada por los hombres de buena voluntad.

LE SOIR, 19 de marzo de 1927

MELANCOLÍA DEL CINE

Pronto llegará el verano. Los árboles de París están verdes como lo deseábamos este invierno y ya adivinamos las precoces quemaduras del sol de agosto, las caídas de otoño, las ramas desnudas de diciembre. Nuestros ojos ya no quieren creer en la eternidad del buen tiempo, y la lluvia, la tempestad y la tormenta nos parecen más naturales que el calmo resplandor del astro sobre un planeta próspero, pacífico y silencioso. Nacidos en las primicias de la tempestad, esperamos esta tempestad con su cortejo de nubes, truenos y relámpagos, y muchos somos —escribo para las almas viriles y extremas— los que damos a este cataclismo futuro y quizás próximo el nombre de Revolución. ¡Oh vosotros, muchachos de mi edad, corazones vibrantes de fe y que los ancianos tildan de escépticos, dónde esconderemos nuestros párpados quemados por el día, dónde pasaremos nuestras noches presas de sueños y alucinaciones? La noche, a menudo, para nosotros, no es más que insomnio, inquietud, tormentos. El cine nos ofrece sus tinieblas. Penetremos en el drama que se nos ofrece. Si los héroes no tienen un alma de carne picada, si el objeto de su tormento es válido, entraremos de lleno en el universo donde se agitan. Si no son más que fantoches, reiremos brutal y estruendosamente, y no nos bastará toda la noche ni todas sus brisas para calmar el ardor de nuestros ojos.

Peor para las películas inferiores. Llegará un día en que romperemos la pantalla que permite la proyección de películas odiosas y ridículas. Man Ray⁴, a quien el cine ya debe mucho, a quien el cine, si no fuera esclavo del dinero, podría deberle aún más, me decía un día que las tres cuartas partes de las películas se la pasan abriendo y cerrando puertas, o imitando una conversación. Dos cosas bastante inútiles, hay que admitirlo.

Por otra parte, se observará que, salvo en los «noticiarios» y algunas películas alemanas, nunca se proyectan entierros en el cine. Es curioso notar que el espectáculo de la muerte está desterrado del cine como el del amor, me refiero al amor por el amor, con sus brutalidades salvajes y sus magníficos y salvajes aspectos; que el espectáculo de la guillotina, que tanto bien haría a algunos de nuestros dulces compatriotas y les diría a qué precio es lícito quitar la vida a otro, está rigurosamente desterrado, mientras que se puede abrir y cerrar una puerta, o imitar una conversación. Censor desconocido, ¿ha sopesado bien el sentido de estas últimas escenas, o su alma y su corazón no son más que de hojalata?

Toda la melancolía, toda la desesperación de nuestras vidas reside, sin embargo, en estos actos: cerrar una puerta, abrir otra, hablar, fingir que se habla. Las puertas que abrimos se abren a paisajes despreciables, y se cierran sobre otros paisajes despreciables. Nuestros corazones líricos están ausentes de la mayoría de nuestras conversaciones. Y nuestras lenguas, ¡oh héroes de la pantalla cinematográfica!, son quizás más mudas que las vuestras. ¡Dadnos películas a la altura de nuestros tormentos! ¡Quitad las manos, censores imbéciles, de las raras películas honorables que, en su mayoría, llegan a Francia desde ese rincón de América, Los Ángeles, ciudad libre entre tierras esclavas! Dejanos a nuestras deseables heroínas, dejanos a nuestros héroes. Nuestro mundo es demasiado despreciable para que nuestro sueño sea hermano de la realidad, necesitamos años heroicos. Y digo en voz alta que no pienso en la guerra al hablar de heroísmo. Necesitamos amores y amantes a la medida de las leyendas que inventa nuestro espíritu. ¿Para qué disimular por más tiempo el tormento surrealista de nuestra época, donde el cine ocupa un lugar importante? Noches de tempestades y de olas espumosas, asesinatos perpetrados en los bosques de la pantalla, ¡bellos paisajes! Gracias al cine, ya no creemos en la magia de los paisajes lejanos, ya no creemos en lo pintoresco.

El cine ha destruido lo que Chateaubriand⁵, gran poeta, podía describir con la ayuda de los recuerdos y de su imaginación. Pero seguimos siendo sensibles a los misterios terrestres de la noche, del día, de las estrellas y del amor. La revuelta que ruge en nosotros descansaría gustosamente en el seno de una amante dócil e indócil según nuestros deseos. Pronto llegará el verano. Los árboles de París están verdes como lo deseábamos este invierno. Pero ya adivinamos las precoces quemaduras del sol de agosto, las caídas de otoño, las ramas desnudas de diciembre. El hombre que escribe estas líneas ¿tardará aún mucho en responder a la llamada de las frondas eternas de los bosques lejanos, a la monotonía conmovedora de las nieves eternas?

LE SOIR, 7 de mayo de 1927

SALAS DE CINE

Hay cines donde la película más bella resulta irritante de ver, otros cuya atmósfera es tan seductora que hace soportable la historia más imbécil. Es en vano que los arquitectos, los modernos y los demás, han querido poner toda su ciencia al servicio del cine, que no la necesitaba. Todos los terciopelos, todos los dorados, todos los artificios de las líneas no sirven para nada. El cine más bello es quizás el del bulevar de Clichy, cerca de la plaza Pigalle, o ese otro del bulevar de Strasbourg; el primero porque parece un gran embarcadero hacia no se sabe dónde, el otro, porque las mujeres allí son asombrosas. Por todas partes, las salas de cine sufren la misma decadencia que las películas; no son más que butacas lujosas y cornisas recargadas, al estilo de la Ópera, o verticales de cemento, como las casas Modernas. En cuanto a las orquestas, ahora reúnen todo lo necesario para enfermar los nervios, desde los «claros de luna» idiotas, hasta las adaptaciones ridículas de música artística. ¡Cuánto los echo de menos, por mi parte, los cines de antaño, donde un piano desafinado se esforzaba en traducir con sonidos variados el galope de los vaqueros, los funerales del último difunto célebre, o el estado de ánimo de los amantes ante una puesta de sol reflejada en un lago! Las romanzas más conmovedoras, desde Le Temps des cerises⁶ hasta El Bello Danubio azul⁷, se sucedían allí sin molestar nuestros oídos. Hacía ruido, eso era todo, y estaba bien.

Porque no hay nada más siniestro, después de las orquestas de cine con músicas pretenciosas, que una película proyectada en silencio. El ruido es necesario, pero todas las experiencias de orquestas de imitación han sido lamentables. Guardamos el recuerdo de cañonazos a golpes de bombo acompañando combates de cartón piedra. El arte, siempre el arte echando a perder los dominios emotivos.

Estamos asqueados de las películas artísticas, las orquestas artísticas, las salas artísticas. Y una vez más, se trata tanto del arte moderno como de su hermano, el arte pompier⁸. Estamos hartos de estas manifestaciones de la perversidad occidental. Pedimos al cine bellas heroínas, acciones que no sean irrisorias, una orquesta que no se note, una sala cómoda y sin pretensiones. Pedimos también un público agradable. Demasiados cines son el teatro de manifestaciones patrioteras: demasiadas salas son el lugar de encuentro del público más bajo. Por lo demás, este tiene las películas que se merece, y es él quizás el responsable de las sandeces cada día más numerosas en las pantallas. ¿Pero dónde están las multitudes de antaño?

LE SOIR, 28 de mayo de 1927

Notas:

¹ Charlot: Nombre con el que se conoció en Francia y otros países europeos al personaje «The Tramp» (El Vagabundo), interpretado por el actor y director británico Charlie Chaplin (1889-1977). La mención de Desnos a su «proscripción» alude a las críticas y censura que Chaplin enfrentó por parte de sectores conservadores que consideraban su obra subversiva o inmoral.

² Sade: Referencia a Donatien Alphonse François, Marqués de Sade (1740-1814), aristócrata, escritor y filósofo francés. Sus obras, que exploran la libertad absoluta, el deseo y la crueldad, fueron censuradas durante mucho tiempo y su nombre dio origen al término «sadismo». Para los surrealistas como Desnos, Sade era una figura de la rebelión contra la moral burguesa y la represión.

³ El acorazado Potemkin (Броненосец «Потёмкин»): Película muda soviética de 1925 dirigida por Sergei Eisenstein. Obra maestra del cine mundial y un hito en el cine de propaganda. Su innovador montaje y su potente mensaje revolucionario tuvieron un gran impacto en la intelectualidad de la época, incluyendo a los surrealistas.

Man Ray: (1890-1976) Artista visual estadounidense que fue una figura central en los movimientos Dadá y Surrealista en París. Aunque es más conocido como fotógrafo, también fue un cineasta experimental. Desnos lo cita como una autoridad en la crítica al cine convencional y comercial, que Man Ray desafiaba con sus cortometrajes vanguardistas como Le Retour à la Raison (1923) y L’Étoile de mer (1928), esta última basada en un poema del propio Desnos.

Chateaubriand: François-René de Chateaubriand (1768-1848) fue un escritor, político e historiador francés, considerado el padre del Romanticismo en la literatura francesa. Obras como Atala o René se caracterizan por sus descripciones exóticas y evocadoras de paisajes, que apelan a la imaginación del lector. Desnos sugiere que el cine, al mostrar directamente esos lugares, ha «destruido» la necesidad de la imaginación poética que Chateaubriand representaba.

Le Temps des cerises (El tiempo de las cerezas): Canción francesa de 1866, con letra de Jean-Baptiste Clément y música de Antoine Renard. Se convirtió en un himno fuertemente asociado a la Comuna de París de 1871, un gobierno revolucionario y socialista que gobernó brevemente en París. Para la generación de Desnos, la canción evocaba un pasado de lucha, nostalgia y esperanza revolucionaria.

El Bello Danubio azul (An der schönen blauen Donau): Vals compuesto por el austriaco Johann Strauss II en 1866. Es una de las piezas más famosas de la música clásica, asociada con la elegancia y el esplendor de la Viena imperial del siglo XIX. Desnos la menciona como ejemplo del repertorio popular y sentimental que se tocaba en los cines para acompañar las películas mudas.

Arte pompier: Término peyorativo francés (literalmente «arte bombero») para referirse al arte académico del siglo XIX. Se caracteriza por su apego a las convenciones clásicas, su grandilocuencia y su enfoque en temas históricos o mitológicos. Para los movimientos de vanguardia como el Surrealismo, el arte pompier representaba todo lo que era anticuado, pretencioso y falto de autenticidad.

Compartir en :

Facebook
X
Threads
WhatsApp

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Publicaciones relacionadas
Categorías

Suscríbete a nuestra newsletter