La última película de Paul Schrader juega con el misticismo de ser, posiblemente, la última de su carrera.
Estrenada en el pasado festival de Cannes, el filme presenta temas recurrentes en la filmografía de Schrader. En esta seguimos la tormentosa vida de un director de documentales encarnado por Richard Gere y Jacob Elordi en su versión más joven.
Partiendo desde ese punto, parece ser que la película tiene una función de catarsis para el director. Vuelve a adaptar una novela de Russel Banks —la primera fue Affliction (1997)— y cambia la profesión del protagonista, que en la ficción de Banks era un escritor.
Volvemos a encontrarnos con la recurrencia temática de un protagonista masculino cuestionándose alrededor de la culpa y la redención.
En una cuestión psicológica, son las grandes preocupaciones personales de Schrader —que ha reconocido ser cuestionado por su repetido abordaje—. Pero en esta última película ha sabido interpretarse de una forma distinta.
Mientras que la mayor parte de su carrera cinematográfica —poblada de protagonistas atormentados con ideas de salvación y condena— ha sido más dura, esta película es mucho más suave, casi nostálgica. En ese sentido, se alinea más con Mishima (1985) que con First Reformed (2017) o The Card Counter (2021), aunque sin el solemne dramatismo de ese filme. En cambio, es una obra silenciosa, íntima. Schrader evita los grandes trazos políticos o sociales para centrarse en la memoria y lo efímero de la existencia. Pero a medida que uno se adapta a la narrativa no lineal, a los saltos en el tiempo, también se adapta a la idea de que esta historia, aunque pretende ser trascendental, en realidad no lo es.
Lo que Schrader logra transmitir con certeza es lo roto que está su protagonista. Física y emocionalmente. Richard Gere parece una pintura envejecida, tambaleándose por la vida, al borde de la extinción. Es en esa entrevista en tiempo presente —incómoda, llena de pausas, tartamudeos y atención dispersa— donde la película se sostiene con toda su fuerza. Es un reflejo entre el personaje y el director que da la sensación de que ambos están en el mismo camino. La despedida es susurrada, fracturada, compuesta de recuerdos ajenos, imaginaciones y tragedias.