La producción de A24, una de las más galardonadas en la temporada de premios 2025, es un ejercicio estilístico fallido y bastante incongruente. Filmada con capricho e intenciones más comerciales que artísticas.
La película de Brady Corbet inicia con una de sus mejores secuencias: la llegada a Estados Unidos. El protagonista, László, se abre paso entre la multitud hasta salir de la oscuridad al incandescente día, donde vemos el ya célebre plano de la Estatua de la Libertad volteada. Esos primeros minutos parecen esperanzadores; los horrores de la guerra se desvanecen y nace una sensación de seguridad. Sin embargo, las siguientes tres horas muestran todo lo opuesto.
Cuando se trata de personajes con un pasado trágico, la película evita el exceso de detalles. No hacen falta demasiadas palabras o imágenes: el horror de la guerra es conocido. Pero su tono político es claro y marcado, lo que puede incomodar a ciertos espectadores. Al abordar estos temas, no hay espacio para ambigüedades o tibiezas; The Brutalist es coherente en su postura política pro-Israel.
Un problema que me encuentra es el uso innecesario del formato VistaVision, que marca su regreso a los formatos fílmicos de la industria —coincidiendo con la próxima película de Paul Thomas Anderson, que también está siendo rodada en este celuloide—. Para el director de fotografía, usar esta cámara “tenía potencial cinematográfico”¹. Justificaba la elección con la amplitud de los planos arquitectónicos. Sin embargo, la película va más allá de la arquitectura, y sigo sin ver la utilidad de este formato en secuencias con Steadicam o cámara en mano. Además de ciertas decisiones estilísticas cuestionables, que pueden alejar al espectador más que acércalo a la obra.
The Brutalist es un filme sobre egos y ambiciones, lo que explica su opulencia. Durante sus tres horas y media, seguimos a un artista enfrentado a una cultura en la que no encaja, menospreciado pero seguro de su grandeza. Algo de eso hay en Corbet, quien, con su tercer largometraje, parece convencido de que su cine está destinado a algo mayor.
El director se inserta en la yuxtaposición que él mismo plantea: la del artista-arquitecto que debe negociar sus intereses con la industria. Un ejemplo está en la conversación entre el millonario Harrison y Erzsébet, la esposa de László. Ella le pregunta cómo llegó a interesarse por la arquitectura, y él deja entrever que simplemente buscaba un pasatiempo. Más adelante, Sofía dirá que el arte de su esposo para estos millonarios “es como construir una cocina”. Corbet, quizás, cree estar erigiendo el gran centro cultural de nombre del pueblo, pero solo está añadiendo una habitación más en su casa. Una cocina, tal vez.
Así queda The Brutalist: una película que pretende colarse entre las grandes obras del cine, diseñada para la temporada de premios, pero que probablemente pocos recordaremos más adelante.
¹ Entrevista para la revista The Wrap